Elegí la vida. Elegí un trabajo. Elegí una carrera.
Elegí una familia, elegí un puto televisor gigante,
elegí lavarropas, autos, reproductores de CD, y abrelatas eléctricos.
Elegí buena salud, bajo colesterol y seguro dental.
Elegí una hipoteca con cuotas de interés fijo.
Elegí tu primera casa.
Elegí a tus amigos.
Elegí ropa para el tiempo libre y equipaje que haga juego.
Elegí trajes de tres piezas en distintas variedades de telas comprados en cuotas.
Elegí cosas del estilo “arme usted mismo”,
y mientras lo armás un domingo a la mañana, pensá quien sos.
Elegí sentarte en ese sofá mirando programas de televisión
que te adormecen lamente y te aplastan el espíritu,
llenando tu boca de comida chatarra.
Elegí pudrirte al final de todo,
meándote encima en tú miserable última casa,
siendo nada más que una vergüenza para los egoístas y arruinados pendejos
que criaste para que te reemplacen.
Elegí el futuro. Elegí la vida.
Pero quién querría hacer algo como eso?
Yo elijo no elegir la vida, elijo algo más.
Y las razones?
No hay razones.
Quién necesita razones cuando tiene heroína?
Trainspotting (1996), Danny Boyle.