Hay demonios que gobiernan el azar y que tienden terribles trampas a los jugadores, de modo que a veces ganar es perder y perder es ganar. Una noche de 1970, Ricardo Ventura, un petiso de Caseros, empezó a recibir poker de reyes mano tras mano. El hombre amontonaba fichas. Los otros jugadores empezaron a sospechar. Ventura recibió un cuarto, un quinto y un séptimo póquer. Lo mataron en el décimo y nunca se supo si guardaba reyes en su manga o si tenía esa noche una suerte desmesurada. En ambos casos su castigo es merecido. Hacer trampas no es más canallesco que ligar demasiado.
Alejandro Dolina, El Fantasma, Juego.