Cuando comprendió el carácter definitivo de aquel abandono, el poeta reparó en unas tristezas nuevas, que no había experimentado nunca, ni siquiera ante la ausencia de sus novias más clásicas. Por un instante, sintió la tentación de escribirle o de llamarla por teléfono para revelarle un amor que nunca se había verbalizado. Pero no lo hizo. Largos años de sabiduría amorosa le decían que las personas que abandonan no desean oír declaraciones del abandonado. Se dispuso entonces a sufrir el silencio sin molestar a nadie con sus esperanzas.
Alejandro Dolina, Bar del Infierno, La Conversión de los Descreídos.